miércoles, 23 de enero de 2008

Relatos patéticos I

Llegaste a mi vida, como dice la canción de Yordano, "sin avisar". Y así mismo como repiten hasta la saciedad las novelas más cursiloides -esas en las que las mujeres amanecen maquilladas y peinadas después de una intensa noche de sexo-, desde el mismo momento en que apareciste, fuimos dos en un solo ser. No hallaste otro lugar más indicado para alojarte que lo más profundo de la República de mi existencia. No te importo quedarte allí para compartir conmigo lo más placentero y miserable de mi vida. Supiste todo el tiempo qué hacía e incluso qué pensaba y lograste una pervertida manera de saber hasta con quién hablaba. Sí. Te apoderaste de mí. Ya no era yo; yo eras tú.
Todo sucedió demasiado rápido y ya lo nuestro escapaba de cualquier epíteto posible. Amor/odio, affair, masoquismo... es más, no sé si quiera si podíamos entrar en la camisa de lo que es una pareja.
Tu presencia a veces me causaba molestia, aunque por más que quisiera no tenía la fuerza suficiente para zafarme de ti. Pudiste incluso ser un motivo de vergüenza ante los demás. Pero fuiste inteligente: hiciste de la discreción la mejor de tus habilidades. Pero seguías allí y poco a poco cruzaste la línea de la tolerancia. Fuiste más allá y me jodiste demasiado la paciencia. No te soporté más. Me acatarraste los güevos a más no poder y me llevaste a lo inevitable: tomé la decisión de llevar mi dedo a lo más profundo de mis fosas nasales para, por fin, sacarte de mí, ¡moco de mierda! Tu destino será la suela de cualquier zapato, tan pronto te coloque estratégicamente sobre mi pulgar y con el dedo índice te propulse con tal fuerza que caerás en un lugar indeterminado. Más nunca sabré de ti.

"Deja que mi esposa te vea!"

Un día un pordiosero se dirigió hacia la ventanilla de un lujoso automóvil que estaba detenido en un semáforo y ocupado por un elegante y próspero caballero. Se entabla el siguiente diálogo:

Señor, ¿podría prestarme mil bolos para comer?.

Pero, ¿no te los irás a beber, verdad?

No señor, nunca en mi vida he bebido alcohol.

Entonces, ¿te lo vas a gastar en tabaco?

No señor, no fumo, ni nunca lo he hecho.

¿Te los vas a gastar a lo mejor jugando y apostando con los otros vagos?.

De ninguna manera. Nunca juego ni apuesto nada.

¿Acaso te los vas a gastar bailando en algún cabaret?.

Imposible, señor, jamás en mi vida he pisado un cabaret. Es más, no sé bailar...

¿Se los piensas dar a una prostituta, acaso?

Jamás he tenido relaciones con ninguna mujer que no fuera mi novia, convertida luego en mi esposa hasta que me abandonó.

Entonces toma, no mil, sino diez mil. Pero vente a comer a mi casa. Quiero invitarte a una buena comida casera y así podrás ahorrarte los cien euros.

El pordiosero, sorprendido, sube al impresionante coche y ya en camino pregunta: Oiga, señor, ¿no se enojará su esposa al ver llegar a alguien como yo y que se siente a la mesa a comer?.

Probablemente sí, - contesta el rico - pero valdrá la pena. ¡Tengo interés en que vea en que se convierte un hombre que no bebe, no fuma, no juega, no baila, ni sale con putas!