miércoles, 19 de septiembre de 2007

Terrorismo sanitario

Hay que tener suficiente estómago para aguantarlo. Toda persona con experiencia laboral debe haber pasado por tan repulsivo trance.
Particularmente en El Universal, donde he pasado seis años de mi puta vida, sucede con perversa frecuencia. Seguro tú que estás leyendo este post, también has pasado por lo que voy a contar o, seguro, segurísimo, vas a ser víctima del terrorismo sanitario de algún compañero de trabajo tuyo.
Nadie, por muy higiénico y buenoliente que sea, tiene la capacidad de cagar con buen olor. ¡Nadie! Eso no quita que algunas personas (sabrá Dios -o mejor el diablo- en qué pútrido estado tendrá su aparato digestivo) arrojen al Mefistófeles y a la Orquesta Filarmónica de Bielorrusia con todos sus músicos muertos e insepultos por ese culo; ergo: caguen más putrefacto que el resto de los mortales. Lo peor es que ese hedor que expelen sus entrañas pareciera que tuviera la facultad de adherirse a la ropa, a las paredes, al piso, a todo. Es más, apenas hace su asquerosa entrada por las fosas nasales, tu cerebro inmediatamente evoca la imagen de Godzilla, Jabba The Hutt, Enrique Iglesias, El gordo de la camisa rosada (Intentona golpista del 27N 1992) la malvada bruja de Popeye y la mona Chita en un solo, gaseoso y verdoso ser.
A estas personas no se les ocurre mejor momento para cagar en el trabajo que en el horario comprendido entre las 12:30 del mediodía y las 2 de la tarde, el sagrado período de tiempo que se estipula para comer.
Hasta ahí, todo va bien porque el culo tiene su santo y cochino derecho de arrojar mierda tan pronto se le llenan los intestinos del consistente, maleable y repulsivo material de desecho. El terrorismo comienza justamente cuando estas personas, luego de arrojar sus muñecos de barro, dejan el baño impregnado con su nada delicioso aroma fecal, justamente cuando muchos de los demás mortales estamos regresando de degustar el almuerzo y, por normas de elemental higiene, tenemos a bien el disponernos a cepillarnos los dientes. Allí a uno se le descompone el bolo alimenticio que ya yace en el estómago. Uno puede optar por esperar que pasen horas y se disipe POR COMPLETO el olor a "durazno" -cosa que implicaría cepillarte tipo 3 ó 4 de la tarde, cuando ya la placa dental es inminente-; o puede optar por contener la respiración y atravesar la maraña de mierda gaseosa que enturbia la atmósfera. Por cuestiones prácticas, uno suele optar por la segunda alternativa, pero por más que uno contenga la respiración, aquel halo que resulta de la mezcolanza de pelos de culo, heces fecales, alimentos digeridos a medias, flora intestinal, recto, bacterias y agua de poceta previamente meada, pareciera tener forma sólida y penetra por tu boca (cuando la abres para cepillarte los dientes), se cuela por el espacio que hay entre diente y diente y hasta te deja un sabor pastoso en la lengua. Toda una experiencia diabólica; el más puro y vil terrorismo sanitario. Qué tortura es cepillarse los dientes bajo semejantes condiciones. ¿Verdad que te ha pasado?

2 comentarios:

Anónimo dijo...

cual es el peo mamaguevo hijuepucha fuiste ayer al trabajo por limpiar un baño

Anónimo dijo...

terrorismo sanitario lo tuvo ese mamaguevo por hay lo metio ese hijuepucha por el patllon que hizo anoche por sampar un coñazo supuestamente